Los grabados de La Celestina de Picasso en el libro La Célestine de Fernando de Rojas, editado por L´atelier Crommelynck.

En 1971 Picasso extrajo sesenta y seis grabados de la serie 347, realizada en 1968, para incluirlos en la edición del libro La Célestine del escritor español Fernando de Rojas, que l´Atelier Crommelynck preparaba.

Picasso ya había representado numerosas veces a este personaje en sus dibujos, desde muy joven, como por ejemplo, el dibujo El portal reproducido en el número 1 de la revista Arte Joven, en Madrid (1901) y su cuadro de la Celestina del año 1904, que es universalmente conocido. Sin embargo, en la serie 347 los grabados reservados a La Celestina la representan aún más vieja y más sombría; y cuando Picasso aparece con ella lo hace como viejo mirón, más como testigo que como galán, adoptando un papel similar al de la propia Celestina a la que, como al propio Picasso, a pesar del deseo, solo les quedaba mirar.

Picasso inserta los 66 grabados como parte de un libro cuando, verdaderamente, en la serie 347 no se confeccionaron con ese propósito, lo cual se evidencia en la temática de los mismos que, ni son ilustraciones del texto de la Celestina, ni muestran acciones concretas en él reflejadas.

En realidad, sus grabados son representaciones de las Celestinas del Picasso de siempre, acompañadas de la joven semi desnuda y de personajes de la vasta tropa de la imaginería picassiana a lo largo de toda su obra: majas, mosqueteros, personajes de circo, el mismo cupido o faunos que tocan la flauta, cuando no pintores y escultores, anónimos, o célebres, como Rembrandt y Degas, o genios literarios que aparecen solos o en grupo en las escenas prostibularias de Picasso.

En estos grabados de la Celestina se verifican dos tratamientos contrastados: Por un lado, los dinámicos, donde los personajes corren, huyen o irrumpen, incluso a caballo, ante mujeres que reaccionan a la acción invasiva, huyendo o permaneciendo firmes, siendo víctimas o cómplices de su propio rapto. Por otro lado, los estáticos, en los que uno o más galanes disfrutan de la contemplación del cuerpo semidesnudo de la dama, exhibida a los posibles clientes por la alcahueta; o bien la simple exposición frontal de la dama en uno u otro grado de desnudez, sola o siendo objeto de cortejo de los consabidos mirones

Queda claro, pues, que Picasso no ilustra La Celestina de Rojas, sino que continúa la serie que inició de joven. En su elaboración fue influido por las celestinas y las brujas de Goya, las escenas prostibularias pintadas por Degas y el contexto iniciado en las series gráficas de Le cocu magnifique (encargada por el mismo editor de La Celestina, hijo del autor de Le cocu magnifique), así como por la serie surrealista del conde de Orgaz, donde explora la exhibición erótica.

Los grabados de estas series que se enmarcan en la etapa en que Picasso fue denominado “El viejo salvaje” fueron hechos unos antes y otros al tiempo que trabajaba los de La Celestina, en los años 67 y 68 en una Francia que recordamos hoy como la del mayo del 68, donde la actividad sexual fue el más eficaz elemento de provocación.

Trayectoria de la exposición

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